No hace mucho tiempo, la Presidenta de Argentina confesó que en los '70 había querido cambiar el mundo, pero que ahora se conformaba con la posibilidad de cambiar un barrio.
Lamentablemente, no mencionó qué barrio hubiera querido cambiar, pero a la luz de los hechos es claro que estaba pensando en El Calafate. Este descuento en sus ambiciones humanas con el paso del tiempo quizás explique que haya calificado como "izquierda terrible" a quienes pelean por la revolución social, en un discurso que pronunció el martes pasado. Fingió incluso que se indignaba cuando acusó a esos ‘revoltosos' de caracterizar a su gobierno como "capitalista".
¿Será que pretendía que se la ungiera como anticapitalista –tal vez porque recibió en su despacho de senadora al nieto de Trotsky, Seva Volkof? La capacidad de la primera magistrada para distribuir canjes entre fondos buitres, y reservas financieras entre acreedores usureros, justifica, como mínimo, la caracterización de capitalista. No cualquiera, por otra parte, encabeza jurídicamente un patrimonio millonario como ella. Pero como la Presidenta supera intelectualmente por varias cabezas a quienes la rodean, sin ninguna excepción, se habrá dado cuenta que no prever perspectivas revolucionarias en la presente bancarrota capitalista sería, como menos, una ingenuidad. ¡Ella misma le acaba de augurar a los griegos, españoles, portugueses e irlandeses un 2001 argentino! El pecado de la "izquierda terrible" sería, entonces, sacar conclusiones prácticas de lo que en la Presidenta son comentarios de salón ‘pour êpater le bourgeois'. Bien pensado, lo único terrible sería ignorar las perspectivas revolucionarias. Más allá de esto, la Presidenta volvió a poner en evidencia que los Macri, De Narváez y toda la derecha la tienen sin cuidado, incluso está maniobrando para que el intendente de la Ciudad zafe de un juicio político –su preocupación está a la izquierda de la pantalla. Especialmente ahora, cuando los aparatos del Estado y de la burocracia sindical no consiguen apagar los ánimos de los obreros de Arcor. Quizás obedezca a esta impotencia que Moyano le haya ofrecido, por estos días, la unidad sindical a Yasky –como si éste representara un valor agregado para domar a la clase obrera. Para cerrar estas reflexiones, una observación de color: a la Presidenta no se le ocurrió mejor momento para pronunciar su exabrupto que la conmemoración del Bicentenario de una Revolución.
Lamentablemente, no mencionó qué barrio hubiera querido cambiar, pero a la luz de los hechos es claro que estaba pensando en El Calafate. Este descuento en sus ambiciones humanas con el paso del tiempo quizás explique que haya calificado como "izquierda terrible" a quienes pelean por la revolución social, en un discurso que pronunció el martes pasado. Fingió incluso que se indignaba cuando acusó a esos ‘revoltosos' de caracterizar a su gobierno como "capitalista".
¿Será que pretendía que se la ungiera como anticapitalista –tal vez porque recibió en su despacho de senadora al nieto de Trotsky, Seva Volkof? La capacidad de la primera magistrada para distribuir canjes entre fondos buitres, y reservas financieras entre acreedores usureros, justifica, como mínimo, la caracterización de capitalista. No cualquiera, por otra parte, encabeza jurídicamente un patrimonio millonario como ella. Pero como la Presidenta supera intelectualmente por varias cabezas a quienes la rodean, sin ninguna excepción, se habrá dado cuenta que no prever perspectivas revolucionarias en la presente bancarrota capitalista sería, como menos, una ingenuidad. ¡Ella misma le acaba de augurar a los griegos, españoles, portugueses e irlandeses un 2001 argentino! El pecado de la "izquierda terrible" sería, entonces, sacar conclusiones prácticas de lo que en la Presidenta son comentarios de salón ‘pour êpater le bourgeois'. Bien pensado, lo único terrible sería ignorar las perspectivas revolucionarias. Más allá de esto, la Presidenta volvió a poner en evidencia que los Macri, De Narváez y toda la derecha la tienen sin cuidado, incluso está maniobrando para que el intendente de la Ciudad zafe de un juicio político –su preocupación está a la izquierda de la pantalla. Especialmente ahora, cuando los aparatos del Estado y de la burocracia sindical no consiguen apagar los ánimos de los obreros de Arcor. Quizás obedezca a esta impotencia que Moyano le haya ofrecido, por estos días, la unidad sindical a Yasky –como si éste representara un valor agregado para domar a la clase obrera. Para cerrar estas reflexiones, una observación de color: a la Presidenta no se le ocurrió mejor momento para pronunciar su exabrupto que la conmemoración del Bicentenario de una Revolución.
Jorge Altamira, en homenaje a Moreno y a Castelli
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