El viernes 20, el presidente Hugo Chávez lanzó la propuesta de construir, textualmente, "la V Internacional". Lo hizo en un ambiente insólito: un Encuentro Internacional de partidos de izquierda, en donde dominaban, sin embargo, los partidos liberales y nacionalistas de Asia, Africa y América Latina. Por ejemplo, el Polo Democrático y el Partido Liberal de Colombia, o el Liberal zelayista de Honduras, o incluso el nacionalista de Zimbabwe. La reacción fue igualmente insólita: un delegado de un partido mexicano interrumpió a Chávez para aclararle que ya existía una suerte de Internacional, que agrupaba a varios centenares de partidos, en cuyo nombre le enviaba un saludo de su presidente, el pejotista argentino Antonio Cafiero.
Chávez advirtió que se había creado una situación idiotamente absurda, por lo que enseguida añadió que marcharía con su propuesta con aquellos que estuvieran de acuerdo, aunque fueran pocos. Al día siguiente, el I Congreso Extraordinario del Partido Socialista Unificado de Venezuela se desayunó con esa propuesta, que nadie había planteado durante la preparación del evento.
La ambigüedad del escenario y la anomalía del procedimiento constituyen, por cierto, una expresión amplificada de la incoherencia del planteo. Chávez ni siquiera hizo alusión al programa de esa V Internacional. En la tentativa de explicar las ventajas de la propuesta, señaló su utilidad para "hacer negocios", citando una expresión del delegado de Zimbabwe, que se había olvidado de recodarle al presidente bolivariano que hasta hace pocos meses la tasa de inflación en ese país había sido de un consistente 231 millones por ciento anual, la más alta del mundo (le sacaron doce ceros a su moneda). Entre los negocios, Chávez aludió, como ejemplo, a algunos acuerdos comerciales firmados por Venezuela con algunos municipios del Nordeste brasileño. Una V Internacional de negocios rayaba en el surrealismo. De todos modos, incluso la lectura más feroz que se haga del planteo de Chávez debería recoger la circunstancia de que, al hablar de una V Internacional, Chávez legitimó el rol histórico de las cuatro precedentes –en especial de la más controvertida de ellas, la IV Internacional– o sea, de una continuidad histórica del proletariado internacional con conciencia de clase. Chávez siempre se refiere a Trotsky con gran respeto, claro que lo hace para abogar por un Socialismo del Siglo XXI que se desprenda de planteos ‘demodé' como la Dictadura del Proletariado. Para que el lector se haga una idea de la dimensión de todo este exabrupto basta con señalar que ni siquiera recibió la aprobación de un sumiso cortesano de su régimen, el ‘marxista' Alan Woods, quien naturalmente tampoco expresó su desacuerdo (ver V Headline news and views, 23/11). Los cortesanos tienen un envidiable instinto de autopreservación.
La propuesta de formar una V Internacional no es nueva; en el pasado caracterizó a la mayor parte de los renegados del trotskismo y nunca partió de personas con alguna relevancia. En Argentina, la planteó tempranamente Liborio Justo (Quebracho), luego de acusar a Trotsky de agente de Wall Street. Desde el punto de vista del método, esos planteos eran incapaces de fundamentar en términos de programa la necesidad y oportunidad de la V Internacional o, lo que sería lo mismo, como consecuencia de una re-caracterización de la etapa histórica. Lo de Chávez es diferente de aquellas propuestas anónimas, pero para nada menos inconsistente. De todos modos, pone en ridículo a todos los que, en nombre del chavismo, hacen gala de un sectarismo contrario a la política y a los partidos en diversas partes del mundo.
No es la primera vez que Chávez procede a saltos ideológicos verbales en momentos de dificultades políticas. En las vísperas del 1º de Mayo de 2008, despilfarró citas de Rosa Luxemburgo, Trotsky y otros marxistas eminentes –incluso recurrió al término proletariado para referirse a los trabajadores o clase obrera– para dirigirse a un auditorio de destacados dirigentes y activistas de izquierda de Sidor, que protagonizaban huelgas reivindicativas, luego de haber intentado estatizar al movimiento obrero de la industria a través de su ex ministro de Trabajo, Rivero. En el caso de la V Internacional, ella está prefigurada por el partido que ha formado en Venezuela, el PSUV, que es manejado en los hechos por los funcionarios del Estado y cuyo programa apuntala a un régimen social y estatal que es inconfundiblemente burgués y capitalista en su contenido. Las masas no se encuentran en el poder en Venezuela, sino una burocracia de origen pequeño burgués y, fundamentalmente, las fuerzas armadas. El capital estatal se encuentra entrelazado al capital extranjero en la industria petrolera y, de un modo general, en la creciente deuda pública y externa, en tanto que las nacionalizaciones no entrañaron una expropiación del capital sino un intercambio entre activos productivos o bancarios por generosas indemnizaciones de fuente pública.
En estos términos, una V Internacional para este Socialismo del Siglo XXI supone una regresión respecto de las cuatro internacionales previas, no exclusivamente sobre la IV o III; es, incluso, un contrasentido histórico. No hace falta decir que se pone atrás de la I Internacional, que abogaba por la acción colectiva del proletariado de los principales países para una emancipación de los trabajadores por los trabajadores mismos. Chávez, pero más que nada sus seguidores ‘marxistas', confunden interesadamente la centralización revolucionaria que desarrolla un partido de clase con la que ejerce un caudillo bonapartista. El bonapartismo busca siempre un apoyo en las masas, es cierto, pero lo hace mediante la regimentación y es un opositor violento a su acción libre y autoemancipadora. Esta confusión ha convertido al bonapartismo de masas en un ‘hecho maldito' de la sociedad burguesa, sea ésta la francesa de Napoleón, incluso la alemana de Bismarck y, por cierto, la argentina y venezolana del primer Perón y de Chávez.
Dicho todo esto, es incontrovertible que es necesaria una Internacional revolucionaria, en especial ante la gigantesca bancarrota capitalista mundial. Nuestro partido planteó una campaña en torno a esta tarea a partir de la crisis mundial y de las restauraciones capitalistas. El tema está objetivamente en la agenda y hasta en las gateras. Para eso es necesario comenzar por algo concreto, no a partir de divagaciones en auditorios absurdos. Ese algo concreto es discutir el programa de la última internacional, la IV –cuya vigencia ha crecido en muchos aspectos, en lugar de disminuir, en especial por la confirmación de su pronóstico sobre la restauración capitalista que la burocracia incubada en el país del ‘socialismo real'. Esta discusión y las conclusiones que se vayan desprendiendo de ella en términos de acción, son el punto de partida de la Internacional que podrá aprovechar la bancarrota capitalista en desarrollo, para poner fin al capitalismo.
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