La suspensión del matrimonio gay ha delatado, sin vueltas, el carácter enteramente reaccionario del gobierno de Macri. El derechista porteño se había manifestado a favor del matrimonio homosexual, con la derecha “abierta” que, en Noruega, Inglaterra o Chile, ha decidido ‘aggiornar’ el ‘libre mercado’ con una dosis de derechos civiles, en este caso de las parejas del mismo sexo, cuando un segundo fallo judicial impidió el matrimonio previsto para una pareja homosexual. Macri respiró tranquilo: en el PRO y el peronismo disidente, la derecha tipo Cameron, Finni, Sarkozy o Merkel es minoría.
La crisis se reabrió, sin embargo, cuando un tercer fallo, este caso de una jueza de la Ciudad, habilitó el matrimonio, dejando en manos de Macri la decisión de autorizar el registro del vínculo. El movimiento gay ocupó las instalaciones del Registro Civil, exigiendo la concreción del matrimonio.
Macri dio marcha atrás y remitió el caso a la Corte Suprema: “Mauricio” alegó un “conflicto de competencias judiciales entre la Nación y la Ciudad”, o sea que desconoció la tan mentada “autonomía” que reivindica, por ejemplo, para contratar fisgones, servicios y espías. La verdad es otra: Macri se avino a los sermones de Bergoglio y, luego, de Gabriela Michetti, quienes amenazaron de hecho la candidatura presidencial a la que aspira el Intendente.
El gobierno de Macri es el de Fino Palacios y Chamorro; sus ‘derechos civiles’ tienen el límite de la represión y el garrote.
El kirchnerismo quiere hacer leña de este nuevo fracaso de Macri, pero no tiene de qué reivindicarse. Cristina Kirchner, en persona, se encargó de bloquear en el Congreso cualquier cambio que habilite, por ley, al matrimonio homosexual. Seguramente, la reciente visita papal debe haber refrendado este punto en la agenda clerical de los “K”.
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